“Juro por la verdad, por la justicia y por la memoria de Johana”. Con estas palabras, Marta Ramallo comenzó su declaración en el segundo día del juicio contra los responsables de la desaparición y asesinato de su hija, ocurrido en 2017. La audiencia, realizada en una sala abarrotada, esta vez no fue transmitida en vivo.
El testimonio de Marta se centró en las circunstancias previas a la desaparición de Johana, sacando a la luz elementos que refuerzan tanto la responsabilidad de los imputados como la complicidad y negligencia del Estado. Además, presentó información nueva, entre ellas, la revelación de que Carlos “El Cabezón” Rodríguez y Javier Novarini —nombrado en la causa como testigo— en realidad se conocían.
“Uno la captó, el otro la hizo desaparecer.”
Novarini no solo estuvo implicado en el caso de Johana: era un agente activo en la captación y explotación de otras jóvenes. Su método era conocido: se acercaba ofreciendo alimentos, ropa y cosméticos, generando una relación de dependencia y confianza. Luego, introducía a las chicas al consumo de drogas y las empujaba a la prostitución.
Crónica de una tragedia anunciada. Y repetida
Lo que pasó con Johana no fue obra del azar, ni tampoco un caso aislado. Para que ella llegara a un nivel tan extremo de vulnerabilidad, fue necesaria una cadena de negligencias estatales que no solo la empujaron a esa situación, sino que también impidieron cualquier posibilidad real de salida.
Su muerte era evitable. Las condiciones que la volvieron vulnerable jamás deberían existir, pero son síntomas de un sistema inhumano contra el cual necesitamos luchar.
Pocas semanas antes de desaparecer, Johana buscó ayuda para enfrentar el consumo problemático de drogas. Fue con su madre a un centro de salud mental, donde le dijeron que solo atenderían en caso de sobredosis, y que regresara dentro de 20 días para intentar conseguir un turno. Pero Johana desapareció antes de que esos 20 días pasaran.
El Estado no es solamente ausente. Es cómplice. Los servicios que deberían asistir a personas en situación de vulnerabilidad y con demandas urgentes de salud están siendo sistemáticamente desfinanciados y vaciados.
La trata de personas no ocurre al margen del sistema. Es permitida, facilitada y sostenida por una estructura que reduce vidas humanas a mercancía, y a las mujeres a objetos a ser explotados y descartados. Hay actuación directa del Estado, ya sea por acción u omisión, en la protección de los criminales que mueven esa maquinaria.
Son muchos pasos, muchas manos involucradas. Sin una estructura que planifique, dirija y permita todo esto, la trata simplemente no existiría.
No destapés la olla
Uno de los momentos cruciales del testimonio de Marta, al punto de llevar a uno de los jueces a pedir aclaraciones al final, fue el relato que involucraba a un oficial de apellido Torres. Según Marta, las interacciones con él no ocurrían dentro de la comisaría, sino siempre en ámbitos informales y sin ningún registro oficial. Fue en esos encuentros que comenzó a recibir amenazas, directas e indirectas, con el objetivo de silenciarla.
Una de las amenazas más contundentes fue la frase: “No destapés la olla”, una advertencia velada para que no siguiera adelante con las investigaciones paralelas que ella misma venía llevando a cabo en la búsqueda de su hija. La metáfora es clara: Marta estaba por destapar la olla y exponer lo que se escondía detrás de esa red de omisiones, complicidades y crímenes.
Pero Marta se negó a callar. Siguió investigando, presionando, haciendo preguntas que molestaban.
“Yo destapé la olla, y a mí me devolvieron en pedazos a mi hija.”
Con esa frase, dicha entre lágrimas, denunció no solo la brutalidad del crimen, sino también la violencia institucional que sufrió desde el primer día.
Marcela Gottschald