Desde que empezó el siglo XXI, las campañas sucias adquirieron mayor dimensión por la difusión de las redes y también se incrementó la “campaña negativa”. Quienes nos formamos con los fundadores de la profesión, aprendimos que para las campañas de contraste solo se podían usar elementos que tenían que ver con la vida pública de los políticos, pero en la nueva sociedad no hay límites claros entre lo público y lo privado.
Hace una década, muchos creían que era útil escribir insultos en las paredes, el papel de la canalla, para conseguir votos. Esta práctica creció cuando apareció la red, proporcionando una pared infinita para la política sucia, y asegurando el anonimato.
Con el celular, cualquier persona pudo poner un “canal” en su casa y muchos se autodenominaron periodistas con capacidad de decir lo que quieran, mentir sin límites, apoyar cualquier causa, y vender sus servicios para calumniar a cualquiera. Los nuevos comunicadores hicieron gala de no parecerse a los periodistas tradicionales, que guardaban las formas y tenían reglas para el desempeño de su profesión.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Los medios de comunicación perdieron espacio frente a una avalancha de sitios y personas, unos serios, otros militantes, otros simplemente pasquines, que entraron a disputar una parte del mercado de la comunicación.
Es necesario hacer una evaluación de cómo funciona la política negativa. ¿Cuáles son las consecuencias de este emponzoñamiento de la comunicación política en el corto, mediano y largo plazo? Éste será el tema en el que vamos a profundizar en el curso que se dictará, para cursantes de cualquier país, en Perfil, desde el mes de julio donde se analizarán las campañas electorales y la comunicación del gobierno de presidentes como Milei, Trump, López Obrador, Macri, Lula, Guillermo Lasso, Daniel Noboa y sus adversarios. El curso no pretende defender ideologías o teorías de cualquier tipo, sino que quiere hacer un análisis técnico de los hechos.
Nos ocupamos de la comunicación política, más allá de sus logros o errores de los políticos en otros campos. No queremos alabarlos o condenarlos, como hacen la mayoría de los analistas, sino comprender cuáles han sido sus estrategias de ataque y defensa, con datos objetivos, para sacar conclusiones que sirvan para trabajar mejor en el futuro.
La comunicación de Milei, en la campaña y en el Gobierno, ha sido exitosa: conserva su imagen sin mayores sobresaltos, a pesar de las duras medidas que tomó para reformar la economía. Es legítimo preguntarse si el acoso a periodistas, personajes populares de la vida cultural y a muchos de los que disienten con sus puntos de vista, tendrán malas consecuencias en algún momento.
Hasta aquí la estrategia le ha funcionado. Ha manejado todo el tiempo la agenda del país, arrinconó a sus adversarios cercanos y logró polarizar con Cristina en las próximas elecciones. Si, como es usual en él, juega una carta desconcertante, puede obtener un triunfo contundente y llevar a una crisis terminal al kirchnerismo. Pero, ¿la acumulación de enemigos, médicos de los hospitales, jubilados, y personas de todo tipo y condición, tiene consecuencias en el mediano y largo plazo? En otros países ha sido grave para los presidentes.
El llamado “socialismo del siglo XXI” vive una crisis terminal. No incluyo en esta categoría a la izquierda propiamente dicha de Brasil, Chile, Uruguay y México, que tienen otra dinámica. Los dirigentes de este experimento que floreció cuando había llegado el invierno con el derrumbe del socialismo real, comparten una crisis que tiene que ver con la acumulación de adversarios que individualmente parecían pequeños, pero unidos, constituyen mayorías.
En Ecuador, Correa experimentó hace poco la mayor derrota de su vida, consecuencia de la acumulación de resentimientos que sembró como presidente. Durante su gobierno organizó, las tardes del sábado, unas “sabatinas” transmitidas por radio, en las que insultaba a maestros, indígenas, derechistas, izquierdistas, y a todo el que se movía. Entre los perseguidos estuvieron muchos de los dirigentes indígenas más populares que, por eso, han votado siempre en su contra.
En los primeros años de su gobierno, a la gente le pareció un espectáculo gracioso oír al joven outsider denostando al pasado, pero en 2017, después de su tercer período, la acumulación de enemigos fue tal, que no pudo aspirar a otra reelección. Puso como candidato al entonces popular Lenin Moreno, para ganar las elecciones, y empezó a caer en el abismo.
Hay un dato de las encuestas que ha permanecido casi inmutable desde entonces, y explica sus derrotas: alrededor del 55% de los ecuatorianos dice que nunca votaría por un candidato apoyado por Correa. Su personalidad avasalladora y su gran disponibilidad de tiempo hace que figure como dueño de su partido, al que los demás obedecen, típico esquema de la vieja política.
Algo semejante ocurre con Cristina Fernández. Fue la primera mujer que ganó las elecciones presidenciales, dos veces en una sola vuelta, y una tercera por interpuesta persona. Es, en las próximas elecciones, candidata a diputada provincial por una sección de la provincia de Buenos Aires. Pasó de ser una de las figuras nacionales más importantes del siglo, a ser un fenómeno barrial. Igual que Correa, acumuló enemigos con sus intervenciones en la Casa Rosada y en otros escenarios, en los que denostó a todo el que pudo. Terminado su segundo período, se percató de que no podía ganar las elecciones y se vio obligada a lanzar la candidatura de Alberto Fernández, para conseguir los votos que le faltaban. El experimento le salió tan mal como a Correa con Moreno.
Hay un abismo entre la clase dirigente analógica y latinoamericana y la mayor parte de la población que participa de la Cuarta Revolución Industrial
Tiene su fortín en una sección de la provincia de Buenos Aires, pero la nueva política está carcomiendo las bases de la antigua. Si los libertarios hacen una campaña novedosa, postulando a algún personaje llamativo, y toman como modelo la campaña presidencial de Zelenski, pueden darle una sorpresa.
Cristina, como los otros viejos líderes del siglo XXI, tiene un porcentaje importante de votos seguros, pero la mayoría de la gente del país no votaría por ellos, ni por un candidato al que auspicien.
Pasa lo mismo con Evo Morales en Bolivia. Llamó la atención durante la ola del socialismo del siglo XXI y fue uno de los líderes de esa tendencia, con más aceptación en círculos progresistas de países desarrollados que leían a Rousseau. Persiguió a mucha gente, instauró un Estado autoritario, y acumuló enemigos, hasta llegar a su situación actual. Tiene una base fiel, que ha venido disminuyendo el último año, pero una mayoría de bolivianos dice que no está dispuesta a votar por él, ni por un candidato al que maneje.
Luis Arce, su presidente designado, como Lenin y Alberto, una vez elegidos, creyeron que esto era así, más allá del apoyo de sus mentores. Quiso armar un gobierno independiente, y ahora Evo aparece como su peor enemigo.
No hay espacio para referirnos al desastre de las dictaduras militares de Venezuela y Nicaragua, ni al descalabro del gobierno de Gustavo Petro en Colombia, que no fue parte del socialismo del siglo XXI, pero se mimetizó con él, por el cúmulo de enemigos que acumuló y por los errores de su destartalado gobierno, forma parte también de la crisis de esta tendencia.
Digamos algo importante. El discurso de todos estos dirigentes está escrito en una máquina de escribir semejante, no han llegado a la era digital. En eso se parecen a la mayoría de sus adversarios. Hay un abismo entre la clase dirigente analógica latinoamericana y la mayor parte de la población que ya participa de una Cuarta Revolución Industrial, que la afecta y le abre puertas todos los días.
Hicimos un experimento. Tomamos el discurso de los principales candidatos presidenciales de varios países actuales y del pasado reciente, y conformamos su nube de palabras. Son casi idénticas.
Ante todo está el “yo” que sabe, el pastor que tiene programas y conducirá al rebaño al paraíso. Después los nombres de los adversarios, gobernantes y políticos de la coyuntura. El 50% de abstención en la última elección porteña tiene que ver con esto: mucha gente cree que los políticos hablan entre ellos, de lo que les interesa, el ciudadano común no está entre sus preocupaciones.
Hablan de lo mismo en todos lados: corrupción, inflación, empleo, el comunismo, el capitalismo, el Fondo Monetario Internacional. Nada que quite el sueño o llame la atención del elector común, nada que provoque conversación. Cierta o falsa, se reproduce la misma cantaleta de siempre, el adversario es corrupto, y los que piensan como el candidato no.
Si usamos las herramientas de medición que se encuentran en las redes, podemos saber qué temas interesan a los habitantes de un país, cuando entran a Google o a YouTube. Son temas que ni siquiera aparecen entre las palabras que usan los políticos y los analistas perdidos entre conceptos abstractos, lejos de las preocupaciones que mueven a los ciudadanos.
Las campañas sucias nunca sirvieron para conseguir votos. Actualmente hay especialistas que se venden a políticos arcaicos, para que les paguen para difundir calumnias y ataques en contra del adversario y su familia, argumentando que con eso consiguen votos. Esto no tiene sentido, la gente no vota por alguien porque dice en la red que su adversario tiene un pariente que es malo. La gente vota por lo que le interesa, por sus creencias, por cómo cree que marcha su vida cotidiana, y por otras variables que sabemos analizar quienes nos dedicamos profesionalmente a esto.
La campaña sucia más importante de estos años fue la del correísmo en contra de Noboa, en la última elección de Ecuador. Fue determinante para que en la recta final, bastantes votos blandos de Correa fueran a Noboa asqueados por esa campaña.
Durante décadas, en todas nuestra publicaciones defendimos que las campañas sucias no sirven para nada y frecuentemente provocan reacción. En estos días hay una excepción: cuando tienen el humor y la espectacularidad que demanda la era del espectáculo.