Israel golpea a Irán: claves de una escalada sin precedentes

Por Lic. Nicole Rosenberg y Santiago Masello – Instituto Rosarino de Estudios del Mundo Árabe Islámico (Iremai) UNR * 

La profunda enemistad entre Israel e Irán se remonta a varias décadas y no constituye un conflicto reciente. Hasta 2024, ambos países habían evitado enfrentamientos directos, manteniendo por más de cuarenta años una relación caracterizada por la hostilidad retórica, pero sin choques militares abiertos. Ese equilibrio se quebró en abril de 2024, cuando Irán lanzó por primera vez un ataque directo y público contra Israel. En octubre del mismo año, Israel atacó directamente territorio iraní. A pesar de la gravedad de estos hechos, ambas acciones parecieron funcionar más como demostraciones de fuerza que como el inicio de una escalada sostenida entre dos de los actores más relevantes de Medio Oriente.

Desde los ataques israelíes del año pasado, Teherán puso en marcha un ambicioso programa de desarrollo de misiles balísticos que, según fuentes oficiales, contemplaba la fabricación de hasta 300 unidades por mes. A ese ritmo, el régimen de los Ayatolás podía duplicar su arsenal en apenas tres meses y triplicarlo en menos de un año, lo que generó una gran preocupación en Tel Aviv. En paralelo, el gobierno israelí venía denunciando el avance del programa nuclear iraní, que, de acuerdo con sus servicios de inteligencia, se acercaba peligrosamente a la capacidad de producir armas atómicas. Para Israel, este programa representa una amenaza existencial para la supervivencia del Estado.

A pesar de la presión internacional, Teherán se ha negado a permitir inspecciones del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) lo que provocó gran preocupación en occidente. El 12 de abril de 2025, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, emitió un “ultimátum” de 60 días en los que se establecía que Irán debía terminar con su programa nuclear o de lo contrario enfrentaría “consecuencias militares”. El día 13 de junio, cuando se cumplieron 61 días de aquel ultimátum, Israel llevó a cabo lo que definió como una “acción preventiva de seguridad nacional”.

Lo que ocurrió en esa madrugada fue el resultado de meses e incluso años de seguimiento, infiltración y planificación. Israel lanzó una operación militar denominada “Operación León Ascendente”. Según las palabras del primer ministro Benjamin Netanyahu, se trató de “una operación dirigida a hacer retroceder la amenaza iraní contra la propia supervivencia de Israel”. De acuerdo con el premier israelí, el ataque tuvo como objetivos el núcleo del programa nuclear y armamentístico iraní. Por ello, los primeros ataques se dirigieron hacia la principal planta de enriquecimiento de uranio en Natanz, a infraestructuras vinculadas al desarrollo de misiles balísticos, a figuras clave del cuerpo científico involucrado en dichos programas, y a altos mandos de la cúpula de poder político y militar iraní.

Durante los ataques, Israel eliminó a figuras centrales del aparato militar iraní, entre ellos el comandante de la Guardia Revolucionaria Islámica, Hosein Salamí; el jefe del Estado Mayor, Mohamed Bagueri; y Golam Ali Rashid, responsable del cuartel general del comando unificado de las fuerzas armadas. Según el primer ministro Netanyahu, la operación se prolongará “el tiempo que sea necesario”, hasta que Israel aplaque la amenaza iraní.

El hecho de que, el mismo día del ataque israelí, el OIEA declarara que Irán estaba incumpliendo sus obligaciones en materia de no proliferación no fue un detalle menor. Esta declaración funcionó como una justificación clave para Israel, que reforzó su argumento histórico: el Estado judío no puede permitir que el régimen de los ayatolás acceda al arma nuclear.

Durante los meses previos al 13 de junio, los servicios de inteligencia israelíes intensificaron su presencia encubierta en territorio iraní. Según fuentes citadas por The Washington Post y Haaretz, el Mossad habría desplegado una red de infiltrados con el objetivo de recolectar información, sabotear radares y preparar el terreno. Estas acciones incluyeron la neutralización silenciosa de sistemas antiaéreos, la recolección de datos en tiempo real desde dentro de Irán y la coordinación con activos locales para marcar objetivos estratégicos. También se introdujeron drones explosivos y misiles de precisión dentro del país, muchos de ellos camuflados en vehículos civiles.

Algunos de estos equipos fueron activados desde bases secretas establecidas cerca de Teherán al momento exacto del ataque, lo que permitió destruir lanzaderas de misiles antes de que pudieran ser utilizadas. En paralelo, comandos del Mossad llevaron a cabo operaciones quirúrgicas para debilitar las defensas aéreas, facilitando la entrada de los F-35 israelíes. El ataque no fue improvisado: fue el desenlace de años de seguimiento del programa nuclear iraní, nutrido por inteligencia de campo, ciber intervenciones y vigilancia satelital. La operación, en términos israelíes, no solo apuntaba a frenar el avance nuclear, sino también a enviar un mensaje disuasivo sobre la capacidad del Estado hebreo de operar incluso dentro de las fronteras de su principal enemigo en la región.

El ataque sin precedentes de Tel Aviv se produce en un momento de estancamiento en las negociaciones entre Teherán y Washington para limitar el programa nuclear iraní. A pesar de los meses de diálogo, las conversaciones estaban congeladas y se intensificaron las amenazas mutuas. En este contexto, Estados Unidos negó cualquier participación en la operación israelí, pero advirtió a Irán sobre posibles consecuencias en caso de represalias contra los “intereses estadounidenses”. Israel, por su parte, actuó motivado por el temor de que un posible acuerdo entre Irán y Estados Unidos pudiera ser usado por Teherán para ganar tiempo y avanzar en sus ambiciones nucleares, incumpliendo compromisos formales. Así, buscó debilitar directamente las capacidades nucleares iraníes antes de que un pacto pudiera concretarse. Así, para la dirigencia israelí, la coyuntura parecía representar una oportunidad decisiva, un punto que imponía una lógica de “ahora o nunca”.

La magnitud del ataque llevó a Israel a declarar el estado de emergencia de inmediato, suspendiendo clases y todas las actividades no esenciales ante la expectativa de una represalia. Irán, que prometió una respuesta severa, lanzó un primer contraataque compuesto por 100 drones. Sin embargo, la respuesta fue considerada moderada, e Israel logró interceptar y derribar la totalidad de los drones.

Sin embargo, los ataques que siguieron por parte de Irán no mantuvieron el mismo nivel de contención. En los días posteriores al primer contraataque, Teherán intensificó significativamente su ofensiva bajo la denominada “Operación Promesa Verdadera III”. Más de 150 misiles balísticos y alrededor de 100 drones explosivos fueron lanzados contra distintos puntos de Israel, incluyendo las ciudades de Tel Aviv, Haifa y bases militares en el sur del país. Aunque una parte importante del armamento fue interceptada por el sistema de defensa, varios proyectiles lograron atravesar las defensas y causaron al menos 22 heridos, además de provocar daños materiales en infraestructura civil y militar.

Tras la madrugada del viernes, durante la cual se registraron cinco rondas de bombardeos, Israel no cesó sus operaciones. Según informaron diversos medios de comunicación, los ataques posteriores se concentraron en instalaciones de almacenamiento y lanzamiento de misiles iraníes. Con una ofensiva de esta envergadura y elevado nivel de riesgo, queda claro que Israel no solo apunta a desarticular el programa nuclear de Teherán, sino también a desmantelar sus principales capacidades de disuasión convencional.

La escalada militar en la región hizo eco a nivel global. Los mercados financieros fueron los principales afectados. Al cierre, Wall Street se retrotrajo un rango de 1,1% a 1,8%. El precio del petróleo repuntó ante el temor a interrupciones en el suministro regional. El barril Brent subió cerca del 3% hasta unos 76,4 dólares y según informes de la firma financiera JP Morgan podría alcanzar los 130 dólares en caso de una mayor escalada en la región. A nivel diplomático, Estados Unidos comenzó a llevar a cabo una serie de movimientos orientados a alcanzar definitivamente un acuerdo nuclear con Irán. Se espera que el mismo contenga una oferta “menos exigente” que la presentada por parte de Washington 10 días antes. Por parte de las potencias regionales hubo una condena enérgica y generalizada a los ataques perpetrados por Israel y un llamado a alcanzar “acciones diplomáticas urgentes” con vísperas a evitar una mayor desestabilización de la región.

El ataque del 13 de junio marcó el inicio de un nuevo capítulo en la larga enemistad entre Israel e Irán. Tras años de advertencias y tensiones, el conflicto entró en una fase de confrontación abierta, con consecuencias aún difíciles de dimensionar. La operación israelí logró golpear con precisión la infraestructura militar y nuclear iraní, pero también encendió las alarmas en toda la región. Las respuestas de Teherán, aunque inicialmente contenidas, mostraron que el escenario de una guerra sostenida ya no es lejano. En este contexto, la diplomacia internacional juega un papel vital para evitar que el conflicto se desborde y arrastre a toda la región.

*Instituto Rosarino de Estudios del Mundo Árabe Islámico – @Iremai_unr

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