Un solo chicle libera miles de microplásticos al masticarlo

Pocas veces nos paramos a pensar en lo que realmente ocurre cuando masticamos un chicle. Más allá del sabor o de la textura elástica, ese simple gesto podría estar liberando en nuestra boca diminutas partículas plásticas que no vemos, no notamos, pero que están ahí

Pocas veces nos paramos a pensar en lo que realmente ocurre cuando masticamos un chicle. Más allá del sabor o de la textura elástica, ese simple gesto podría estar liberando en nuestra boca diminutas partículas plásticas que no vemos, no notamos, pero que están ahí. Un reciente estudio de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) ha revelado que cada gramo de chicle puede contener hasta 600 microplásticos, liberados en cuestión de minutos mientras lo masticamos.

¿Qué descubrieron los investigadores?

Para llegar a estas conclusiones, los científicos analizaron diez marcas de chicles, tanto de base sintética como de origen natural. El resultado sorprendió: en todos los casos se detectó liberación de microplásticos al entrar en contacto con la saliva.

De media, encontraron unas 100 partículas por gramo de chicle, aunque algunas muestras alcanzaron hasta 600 partículas por gramo. Si tenemos en cuenta que una pieza suele pesar entre 2 y 6 gramos, estamos hablando de hasta 3.000 microplásticos liberados por unidad, en apenas unos minutos.

El estudio observó además que el 94% de estas partículas se liberan durante los primeros ocho minutos de masticación. Es decir, quienes tienden a cambiar de chicle rápidamente terminan expuestos a más fragmentos plásticos que quienes prolongan la masticación de una sola pieza.

¿De dónde proceden estos microplásticos?

Aunque pueda pensarse que los chicles elaborados con resinas naturales están libres de este problema, el estudio demostró lo contrario. La contaminación puede producirse durante el proceso de fabricación, el envasado o el almacenamiento del producto, independientemente de la base utilizada.

¿Supone un riesgo para la salud?

A día de hoy, todavía no se conocen con exactitud todos los efectos que los microplásticos pueden tener en el organismo humano. Algunos estudios los relacionan con procesos inflamatorios, estrés oxidativo y posibles alteraciones celulares, aunque las investigaciones aún están en desarrollo. Lo que preocupa especialmente a la comunidad científica es su capacidad de acumularse de forma discreta y constante en nuestros tejidos, sumando pequeñas dosis procedentes de distintas fuentes cotidianas: agua embotellada, mariscos, el aire que respiramos y, ahora también, el chicle.

Si bien la cantidad ingerida al mascar chicle es relativamente baja en comparación con otras vías, ese efecto acumulativo —todavía no del todo cuantificado— mantiene el tema bajo la atenta vigilancia de los investigadores. No hay motivo para alarmarse, pero sí razones fundadas para seguir observando con prudencia y atención.

¿Qué podemos hacer para reducir la exposición?

No es necesario eliminar el chicle de nuestra vida cotidiana, pero algunos hábitos sencillos pueden ayudar a minimizar la ingesta de microplásticos:

Moderar el consumo: evitar masticar chicle de forma continua durante el día.

Alargar el tiempo de masticación: prolongar el uso de una única pieza reduce la liberación de partículas adicionales.

Priorizar marcas de calidad: optar por fabricantes que ofrezcan mayor control sobre sus procesos y materias primas puede reducir la exposición.

Lo que no ves (pero está) en cada chicle

El estudio de la UCLA amplía el mapa invisible de los microplásticos en nuestra vida diaria. Mientras la ciencia sigue investigando sus posibles efectos a largo plazo, podemos optar por pequeñas decisiones cotidianas más conscientes. Porque a veces, incluso un simple chicle nos recuerda hasta qué punto estamos rodeados de detalles —incluso microscópicos— en nuestra alimentación.

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