«Mamá, quiero ser Colapinto»: el gran sueño de los chicos que corren en karting desde los 6 años

Sueños e ilusiones, rivalidad dentro de la pista, pero camaradería fuera de ella, esfuerzo y sacrificio. Todo eso se respira en una carrera de karting, ya sea en circuitos profesionales de asfalto o sobre tierra. Los chicos asisten con el respaldo incondicional -y el esfuerzo económico- de sus padres, que los acompañan en cada vuelta con la esperanza de que algún día lleguen a ser como Franco Colapinto, el gran referente actual del automovilismo argentino.

Colapinto tenía apenas diez años cuando se subió a un kart por primera vez. No se trató de un juego: fue un flechazo a la primera de cambio. Al año siguiente ya se destacaba en campeonatos nacionales. No corría: volaba. A los once, lo sumaron al equipo Acosta Kart Division. Martín Acosta, su primer formador, no se olvida: “Ese primer año ganó varias carreras. El segundo, lo ganó todo.«

En 2015, con doce, el pilarense trepó al podio en la última fecha del Regional de Buenos Aires. Largaba tercero. Llegó primero, posición que lo llevó a ganar el título en Pre Junior. Al poco tiempo, se convirtió en bicampeón nacional en Junior y Senior. Todo en tiempo récord. Corre con el número 43 porque era el de su papá, Aníbal, quien fue piloto en el Turismo Nacional. La herencia corre en la sangre.

En una gira por Estados Unidos pasó algo que marcó significativamente su trayectoria: durante la clasificación, se le salió la cadena al kart, pero no esperó a nadie. Bajó, la arregló solo y volvió a la pista. Por esa actitud, el equipo italiano CRG le dio la posibilidad de hacer una prueba.

A los 14 ya vivía en Italia, dormía en la fábrica y entrenaba todos los días. El camino a la Fórmula 1 ya había empezado y no con lujos: con manos sucias, olor a combustible y un sueño clarísimo desde la primera largada.

Cada fecha del campeonato de karting reúne a más de 400 pilotos.

Muy lejos de Monza o Silverstone, entre tierra suelta y motores roncos, otro semillero viene empujando fuerte. Es el Karting del Centro, en pleno corazón bonaerense. El escenario: el circuito de 25 de Mayo. El decorado: tráilers, carpas, ollas al fuego y termos que no descansan. La postal: emoción pura. Nada de flashes ni alfombras rojas. Acá se corre con el corazón.

Pibes de seis, siete y ocho años que se ponen el casco como si fueran veteranos. Chequean el kart con una seriedad que sorprende. Se acomodan los guantes como si ya supieran que la pasión no espera. Y quizás lo sepan. Porque detrás hay familias que se bancan los gastos, la ruta, el clima, las emociones. Y un objetivo común: que disfruten.

El campeonato, uno de los más convocantes del país, lo fiscaliza la Asociación Corredores Turismo Carretera (ACTC) y mete más de 400 pilotos por fecha. Llegan de La Plata, Trenque Lauquen, Carmen de Areco y el AMBA, entre otros lugares. Cargan herramientas, cubiertas, alargues. Pero, sobre todo, cargan sueños. Porque más que competir, acá se comparte. Se empuja en la largada y se abraza en la llegada. Y no importa quien gane.

Los chicos que compiten provienen de distintos puntos de la provincia de Buenos Aires.

El viernes arrancan los primeros movimientos. Buscan la acreditación para ingresar al circuito y comprueban el estado del kart, entre otros preparativos. El sábado es a fondo. Largas horas en el predio entre entrenamientos y clasificaciones. Pero el domingo es otra cosa. Ahí se corre en serio. Series y finales desde muy temprano. Los más chicos giran entre seis y diez vueltas, lo justo para sentir el cosquilleo en el pecho.

La categoría Escuelita, con motores de 50 a 90 centímetros cúbicos, es el primer escalón. Un espacio en el que se aprende más a frenar que a acelerar. A mirar el semáforo antes de salir. A esperar el momento justo. A ceder el lugar cuando toca. Como sostiene Martín Gallego, papá de Benicio, un nene de 8 que corre desde hace dos temporadas: “No es solo correr. Es enseñar a perder, a esperar, a cuidar. Acá se aprende a ser compañero

Pese a que históricamente el automovilismo es un deporte masculino, las chicas comienzan a formar parte de las carreras. Un caso es el de Valentina Osterrieth, quien ya está dando sus primeros pasos en el mundo motor. O Ludmila Ibarra, con un futuro más que prometedor: bicampeona promocional, campeona pre junior, bicampeona RMC Argentina y campeona junior KP. Sin embargo, los chicos contra los que compite la tiran fuera de pista y no tienen relación alguna con ella.

El siguiente nivel del automovilismo en el país, pero en un nivel profesional, es el Karting Rotax Argentina, en el circuito de Baradero. Mientras la niebla protagoniza una mañana fresca y con llovizna, desde temprano se escuchan los primeros motores girando en un circuito de ensueño para cualquier fanático fierrero. Atrás del alambrado, los equipos preparan a sus corredores: tres miembros del staff asisten al piloto. La edad de los chicos asusta, pero es la ideal para que se formen las futuras promesas.

Pocas diferencias se pueden apreciar entre los boxes en las inmediaciones del circuito, en comparación con las competencias profesionales ya que cada equipo tiene su propia carpa con un grupo de cuatro o cinco mecánicos. Asimismo, poseen simuladores y televisores para revisar el desempeño en pista a través de las cámaras que llevan los kartings.

Como en la F1: un simulador en los boxes de las carreras de karting.

A pesar de la corta edad de los pilotos, la rivalidad dentro de la pista existe. Ese espíritu competitivo ya se enciende en las futuras promesas. Si no, pregúntenle a Mateo, el hijo del ex corredor de Fórmula 1 Norberto Fontana, que asegura que su prioridad número uno es ganarle al rival que tenga al lado. Ya con la pista totalmente despejada, las carreras son encarnizadas. No hay lugar para el compañerismo y cada error cometido puede significar el final anticipado del día.

Lamentablemente, el costo económico es un factor determinante para avanzar en el mundo de este deporte. Por ejemplo, un casco ronda entre los $600.000 y $1.500.000. Y los demás elementos de seguridad también implican una inversión: guantes ignífugos ($150.000), zapatillas ($250.000), buzo antiflama ($700.000), entre otros.

En cuanto a los kartings, poseen una estructura tubular, su peso ronda entre los 145 y 205 kilos y la velocidad que alcanzan es de 95 a 150 km/h. Aunque no poseen suspensión, tapa de ruedas ni dirección asistida.

Las puertas para los futuros corredores argentinos en la máxima categoría están más abiertas que nunca. Más allá del costo económico y lo difícil que es llegar a ese lugar privilegiado, quizás, entre los más chicos ya esté girando un futuro corredor de Fórmula 1. Y si soñamos en grande, un futuro campeón.

Por Gustavo Coscarello, Manuel De Domenico, Juan Cruz Fanego y Mateo Ordoqui. Maestría Clarín-San Andrés.

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