* Por Ignacio Adanero
Se cumple un año y medio de la sentencia morenista lanzada a inicios del gobierno de Javier Milei. Se cumplen semanas de la ratificación de la condena a Cristina Fernández y de cierta reconciliación peronista necesaria desde noviembre de 2023. “Este gobierno va a ser breve”, había sido la frase con que Guillermo Moreno anzueló el oído de una militancia arrojada a la diáspora desde que Sergio Massa fuera derrotado por más de diez puntos a manos de un completo outsider anarco capitalista. La cosa no fue fácil. El silencio fue la estupefacción generalizada. Pero pese a todo, y pese al yerro de Moreno, el ex secretario de comercio de Néstor Kirchner y Cristina Fernández persistió en la batalla que prestaron los escenarios digitales o las unidades básicas. Milei no cayó, es cierto. La brevedad se fue haciendo cada vez más pesada, lo sabemos. Lo curioso del yerro no es el devenir anecdótico de la frase o la siempre posible acusación ad hominem a que estamos servidos. Lo curioso es que, pese al yerro mismo, Moreno se instala como una de las voces más medidas entre una militancia desperdigada que ahora se reencuentra para visitar a su líder proscripta.
Vamos a detenernos en desglosar su argumento. Vamos a evadir un poco la urgencia militante y contener la rabia a que nos convida el momento. Tenemos el corpus argumental de quien fuera Secretario de Comunicaciones (2003-2006) y Secretario de Comercio Interior (2006-2013), hasta que el segundo gobierno de Cristina le eligiera un destino subalterno dentro de la conducción de la política económica. Desde entonces, Moreno defiende una especial hipótesis de los ciclos de fracasos que siguieron al segundo Gobierno de Cristina (2011-2015), pasando por Macri (2015-2019), A. Fernández (2019-2023), y ahora Milei (2023-actualidad). Hay que detenerse a escucharlo. Hay que precaverse de cierta mitificación grotesca o graciosa a que invita el personaje. Más aún, hay que tomar los datos duros de su biografía como elementos fundamentales de nuestro análisis. Vamos a elegir tres sentencias de su discurso que, a nuestro juicio, expresan la triada para entender tanto el fracaso de los últimos tiempos como el destino o las condiciones de posibilidad de un renacimiento peronista.
La Década ganada fue del 2002 al 2012/13. Esa es la primera revisión. Impone una distancia con el argumento kirchnerista tardío que narra la partición del ciclo neoliberal en 2003 (año de asunción de Néstor K.) y la sobrelleva hasta diciembre de 2015 (fin del segundo mandato de Cristina). Moreno rescata a Duhalde y arguye que la devaluación de 2002 fue acompañada acertadamente por un conjunto de medidas que favorecieron la reconstitución del mercado interno y por ende dieron lugar a una suerte de Pacto o convivencia beneficiosa entre capital y trabajo.
Fue Duhalde y no Néstor Kirchner quien sentó las bases de un ciclo virtuoso anclado en la producción y el trabajo, a partir de un tipo de cambio favorable para la acumulación de divisas y un aumento de retenciones a las exportaciones que aminore el precio de los alimentos y bienes primarios, dando combustible al poder adquisitivo de los trabajadores argentinos y por ende favoreciendo el ciclo de acumulación/reproducción capitalista vía demanda. Ese fue el motor de la década ganada, que Néstor K. profundizó a través de superávits gemelos, una batería de medidas de recuperación soberana y una distribución justicialista de la riqueza. Ese ciclo empieza a mostrar signos de inflexión en el año 2007/8, cuando el gobierno de Cristina F. decida afrontar la restricción externa (es decir, la falta de dólares para continuar con el ciclo de expansión económica) mediante una medida globalmente acertada pero discursiva y políticamente mal administrada: la resolución 125, que propuso elevar las alícuotas de exportación indiscriminadamente para todos los productos primarios y no exclusivamente para la soja, dando paso a una tensión política innecesaria que confundió las decisiones acertadas que venían tomándose.
Moreno arguye que esa coyuntura careció de una comprensión adecuada, no sólo por el diagnóstico respecto a los factores endógenos (manifiestos en el incremento de la inflación) sino también por los exógenos (la tasa de ahorro y el nivel de productividad de la economía norteamericana iba superando con creces las posibilidades de competencia autóctona).
Mientras las elites políticas argentinas seguían creyendo que China o la Unión Europea eran los vectores del futuro, Estados Unidos venía consolidando una revolución energética que al abaratar los precios de la energía elevaba los niveles de productividad de su economía, haciendo más competitivas sus manufacturas y debilitando las nuestras. Moreno sitúa a esa revolución en los mismos niveles que la primera revolución industrial del siglo XVIII (cuando el vapor aceleró las máquinas) o en la revolución fordista de principios del siglo XX (cuando Henry Ford aceleró la productividad hora-hombre). Eso desconcertó al equipo económico argentino, que fue buscando mecanismos de regulación de los precios como modo de contrarrestar la pérdida de competitividad argentina. El modelo se había completado, pero no agotado. Requería de una salida por ahorro/inversión (no por demanda), si deseaba sostener una tasa de crecimiento basada en la industrialización de la Patria.
Cristina toma un rumbo equivocado con la elección de Axel Kicillof. Este es el segundo argumento, donde Moreno sostiene que en lugar de darle cauce a una renovación del modelo (un intento de Pacto Social como el de Perón en el segundo Plan Quinquenal de 1952), la segunda Cristina se decidió por un conjunto de economistas jóvenes (Axel Kicillof, Emanuel Alvarez Agis, etc.) que habían sido críticos de la década ganada y del modo de administración del excedente capitalista. En lugar de buscar una salida que revierta el déficit externo sin altos costos sociales (una salida que fuera por el lado de la oferta), el equipo de Kicillof propuso una salida por demanda o por continuidad del esquema de gasto/consumo que venía marcando el pulso de los dos gobiernos anteriores. Efectuó una devaluación del tipo de cambio en enero del ´14 que no fue acompañada por retenciones, elevando el precio de la comida y de las materias primas en general, por ende mermando el poder adquisitivo de las clases trabajadoras e impactando en el resto de la economía. El cuadro se completaba con un regreso del endeudamiento vía Club de París, una liberalización de los precios de la energía vía Repsol-YPF, y un sostenimiento del gasto público vía emisión monetaria.
Así, en lugar de bajar los costos de producción y elevar la competitividad de la economía, la salida propuesta sostenía el nivel de gasto y demanda agudizando el problema de la restricción de dólares y dando paso a saltos inflacionarios (en un contexto internacional donde las commodities argentinas se cotizaban a menor precio). Moreno y su equipo habían propuesto una salida anclada en la necesidad de recuperar la competitividad vía tasa de ahorro e inversión, pero Cristina se aferraba a la reproducción del esquema de demanda.
El escenario empeoraba, porque al equivocado diagnóstico dominante se le sumaba un control de cambios o “cepo” que buscaba contrarrestar el drenaje de divisas haciendo del enfrentamiento con las clases medias un destino indefectible. El cuadro se volvía absurdo por la confrontación con la CGT y especialmente con Hugo Moyano. La salida progresista de Kicillof terminaba así por acentuar el problema de la caída en el nivel de productividad y esto se sentía en la fatuidad de banderas que sólo enfrentaban a los protagonistas del modelo (el “impuesto a las ganancias” era un ejemplo de ese conflicto). Obturada la demanda como motor del crecimiento, y tarde para revisar los caminos de la inversión o el ahorro como parte de la transición que requería el ciclo, la deriva socialdemócrata reintroducía el modelo especulativo-rentístico financiero. La narrativa de la estatalidad era sintomática de un proceso que había abandonado el horizonte del modelo.Era la etapa de lo que Moreno llamaría desviación de la doctrina: una narrativa soft que se desentendía del vector económico para concentrarse en una agenda de nuevas demandas, enfatizando en la “batalla cultural” contra los grandes grupos económicos y pidiendo el acompañamiento para “profundizar” algo que en verdad debía cambiar. El cambio, finalmente, sería capitalizado por liberales y neoliberales bajo el rótulo de Cambiemos.
Milei es una anécdota mal contada. Exceptuando el primer bienio del gobierno de Mauricio Macri (donde se ensayó un esquema decididamente oligárquico de devaluación sin retenciones), Moreno arguye que el resto del tiempo que prosiguió al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional del ´18, se estanca en el regreso del fracaso neoliberal: endeudamiento externo con tipo de cambio bajo como modo de amortiguar los déficits fiscales y comerciales, “haciendo punta” en la rentabilidad que brinda una tasa de interés financiera a costas del sistema productivo. En ese periplo, el gobierno de A. Fernández que siguió al de Macri sólo acentuó los problemas. En continuidad con la visión socialdemócrata del último momento kirchnerista, persistió en el yerro de la visión globalista, fiscalista y financiera como condiciones fundamentales del despegue económico. Pero el peor síntoma de esa miopía estuvo en la descripción equivocada que hizo del actual Presidente de la Nación: durante la campaña de 2023, el Frente de Todos enfrentó a Milei con esquemas impropios a una narrativa peronista, volviendo a hablar de “amenaza autoritaria”, de “democracia en peligro” o “del regreso de la derecha”; sin comprender que Milei es anarco capitalista y que en el fondo abogaba por una utopía de destrucción del Estado, imposible de consumarse en un mundo que no sólo se dirigía al nacionalismo sino que veía entrar en crisis las promesas de autorregulación, sociedades de servicios o economías financieras donde imperasen rentas universales como modos de distribución. La no caracterización adecuada del candidato sobrellevó a un malentendido con el pueblo que, en el fondo, sigue siendo peronista. No necesita de revoluciones culturales ni de impostaciones o banderas progresistas. Su horizonte sigue siendo la comunidad organizada que armoniza capital y trabajo para desplegar el desarrollo del aparato productivo mediante una presencia estatal que asegure la distribución equitativa de la riqueza social. Esa es su memoria. Y la heladera vacía era una realidad dura de contrastar en noviembre de 2023. Se requería una elevación de la conciencia (lo que había buscado el Perón del segundo plan quinquenal o lo que requirió la década ganada en el ´12), pero la mala comprensión del proceso y los egos dirigenciales obtusaron una comprensión general del punto inconcluso en que había quedado la revolución peronista.
Ahora bien, a diferencia del momento macrista o frentetodista, Moreno enfatiza que en este momento neoliberal de Milei se abrieron interrogantes sobre la durabilidad del ciclo. Efectivamente, el segundo regreso en poco tiempo del Fondo Monetario Internacional y las marionetas del ministro Luis Caputo para obtener dólares que permitan sostener el esquema (déficit de cuenta corriente con tipo de cambio barato que bicicletee la continuidad de alta rentabilidad financiera a costa de las empresas), va mostrando ciertos síntomas de peligro. El ex Secretario de Comercio sostiene que Milei está destruyendo al capital, disminuyendo la tasa de rentabilidad empresaria que, a fin de cuentas, está ligada a la tasa de rentabilidad que rige en la economía real. Es allí donde el peronismo no puede permitirse otro yerro y debe salir de las confusiones a que lo llevaron los diagnósticos progresistas. La Teoría Subjetiva del Valor está fracasando y ello es una certeza observable en el renacimiento de los nacionalismos de diversa índole pero sobre todo en el Nuevo Orden Internacional que va consolidando el triángulo Trump (con su búsqueda reindustrializadora del American First), Putin (con el potente aparato técnico-industrial que condiciona a Europa) y el papado de León XIV (que sigue otorgando voz a los pueblos del mundo). La redefinición del esquema global va mostrando no sólo la debilidad de los fundamentos financieros sobre que se asentaba la vieja globalización (y que tenía a China como su faro), sino la solidez que a contramano evidencian los modelos industrializadores: el peronismo debe analizar en retrospectiva la agudeza de los gobiernos norteamericanos que buscaban fuentes de energía en el shale gas y el shale oil como aquella ventaja estratégica que hoy esta luciendo el avance de Trump. Hay que volver a hacer costos, como hicieron los yanquis. Hay que retomar el impulso industrializador, si no se quiere desaparecer. Porque la misma realidad efectiva nos lleva a hacerlo. Estando Cristina presa, se hace urgente la sugerencia morenista de 1) organizar el movimiento, 2) desarrollar la Confederación Justicialista de partidos y 3) conformar un Frente Electoral.
Cerremos con lo siguiente. Si la presente columna no explicitó la importancia vital que tendrá la doctrina justicialista para imaginar toda reconstitución futura, tiene la humilde intención de mostrar en el final un elemento que estuvo en todo momento solapado y que recorre como eje la crítica morenista del ciclo 2013-2025: desde la asunción de Axel Kicillof hasta acá, la totalidad de los Ministros de Economía fueron egresados de la academia o fueron agentes del sistema financiero. Es cierto, algunos eran egresados de disciplinas distintas a la economía (abogados, como Sergio Massa), pero la década perdida muestra como las decisiones económicas estuvieron en manos de personas ajenas al aparato productivo. Algo de eso rondaba al Perón que soñaba con la posibilidad de un Presidente emergido desde la columna vertebral del movimiento. Se acercó por otro lado, cuando en 1974 propuso al empresario José Bel Gelbard como Ministro de Economía. Algo de esto estaba presente en el Manual de Conducción, cuando Perón sostuvo que el éxito del justicialismo sólo fue “poner la manguera a chorrear para adentro”. En ese sendero estamos nosotros proponiendo una relectura de Guillermo Moreno. Para cambiar la dirección de la manguera y revertir el ciclo de tristeza de esta eludible década perdida. Esa fue la intención de releer un discurso político original. Porque no se trata de dar vuelta una disciplina, sino de evadir sus espejismos. Una inversión del pensamiento que, en lugar de partir del manejo de claves financieras, lo haga retomando lo más llano de sus datos duros. Haciendo costos. Controlando el comercio. Empezando por reconocer la diferencia entre un remito y una factura.