El gobierno de Milei, a través del Ministerio de Economía encabezado por Luis Caputo, anunció una modificación a la Ley de Glaciares que permitiría avanzar con proyectos mineros e hidrocarburíferos en zonas actualmente protegidas.
Los cambios sobre la Ley N.º 26.639 —que establece los Presupuestos Mínimos para la Preservación de los Glaciares y del Ambiente Periglacial— serían impuestos por decreto, porque saben que no hay licencia social para semejante saqueo de nuestros bienes comunes.
El objetivo declarado: facilitar la inversión privada y abrir paso al extractivismo, destruyendo ecosistemas enteros para beneficiar a multinacionales como Barrick Gold y compañía.
Glaciares: variable de saqueo
La actual Ley de Glaciares es fruto de la lucha popular. Fue aprobada por primera vez en 2008, pero vetada por Cristina Fernández de Kirchner con el argumento de que “impedía la participación de empresas que ofrecieran garantías para el medio ambiente”. En 2010 fue finalmente sancionada. Años después, durante el gobierno de Macri, se intentó modificarla para habilitar la megaminería sobre cuerpos de hielo protegidos, lo que provocó una nueva ola de movilización ambiental.
El gobierno de Milei volvió a la carga con su Ley Bases, pero tuvo que retroceder ante el rechazo de científicos del CONICET, universidades y amplios sectores movilizados en julio de 2024. Por eso ahora intenta avanzar por decreto: sabe perfectamente cuál sería la respuesta social frente a este nuevo ataque.
Argentina alberga más de 16.000 cuerpos de hielo, entre glaciares y zonas periglaciares, según el Inventario Nacional. Es uno de los mayores reservorios de agua dulce de América Latina. Las zonas periglaciares —que rodean a los glaciares propiamente dichos— son fundamentales: allí el suelo permanece congelado buena parte del año, funcionando como reserva hídrica. Su degradación aumenta el riesgo de sequías, inundaciones y contaminación irreversible de nuestras fuentes de agua.
Entre negacionismo y resistencia
Esto no es ignorancia, es ideología pura. Milei es un negacionista climático, vocero del capital fósil y minero. Su decreto sólo profundiza el proceso de derretimiento de los glaciares ya impulsado por el calentamiento global. Por ejemplo, glaciares como el Upsala han retrocedido más de 10 km en las últimas décadas.
La megaminería no es una actividad sin consecuencias: contamina el aire y el agua, seca ríos, mata fauna y desplaza comunidades enteras. En Famatina, La Rioja, la población expulsó a cuatro empresas mineras, una de ellas Barrick Gold, que también provocó varios derrames en San Juan. En ese proyecto pretendían utilizar 1.000 metros cúbicos de agua por día, cuando el caudal disponible en toda la zona era de apenas 750 m³ diarios.
Otro caso emblemático es Andalgalá, en Catamarca, que lleva más de 20 años resistiendo la instalación de minas a cielo abierto. Y en Esquel, Chubut, la población dijo No a la Mina en un plebiscito histórico, y sigue luchando hasta el día de hoy.
Para crecer no nos dejemos saquear
Una vez más, este sistema capitalista muestra su rostro más brutal. Cada día hay un nuevo intento de entregar nuestros territorios, bienes comunes, flora, fauna y derechos a las corporaciones. Todo para que unos pocos millonarios acumulen ganancias, mientras los trabajadores no llegan a fin de mes.
Es falso que el extractivismo genera desarrollo. Con el RIGI, Argentina entrega en bandeja nuestros recursos a firmas como Barrick Gold, Meridian Gold o Pan American Silver. La reprimarización de la economía, la represión a comunidades y el ajuste para pagar al FMI solo generan más pobreza, desempleo y despojo.
No alcanza con defender la Ley de Glaciares. Hay que avanzar en una transformación de fondo. Prohibir la megaminería y todas las actividades extractivas destructivas. Impulsar un plan de industrialización con ferrocarriles, astilleros, fábricas de aviones y una economía planificada en función de las necesidades sociales. Hoy se extraen oro y plata sin ningún fin social: solo sirven para engordar cuentas en paraísos fiscales.
Argentina ya enfrentó múltiples intentos de destruir sus ecosistemas. Hoy, más que nunca, volvemos a gritar:
¡EL AGUA VALE MÁS QUE EL ORO!
¡NO AL DECRETO, NO A LA MINERIA.
M. Florencia Ratti