Villaverde, el impasable número 2 que no salía en los diarios ni en la tele

“Uno de los mejores defensores centrales más veloces y acertados de nuestro fútbol: Villaverde. Como contrapartida, se retiró sin haber convertido un solo gol en toda su carrera”. Así definió el «Negro» Roberto Fontanarrosa a Hugo Villaverde, uno de los máximos ídolos de la historia de Independiente, quien este domingo 17 de noviembre falleció a sus 70 años. El texto se lee en un libro referencial del rosarino: No te vayas, campeón. En la foto, el 2 eterno del Rojo le pelea una pelota a Antonio Alzamendi, un uruguayo que en ese momento tiene la camiseta de River pero que, también, jugó con el defensor en los ’70 y ’80, la época más memorable de Independiente.

Viendo esa foto, y viendo a Villaverde y a Alzamendi, un 7 increíble, los hinchas del Rojo no podemos más que sentir la melancolía imparable de aquello que fuimos. La muerte de Villaverde nos pone en evidencia, nos deja en offside: cada vez estamos más lejos de aquellos tiempos.

Villaverde y Alzamendi por la pelota. (Fuente: No te vayas, campeón)

Soy de Independiente desde que tengo uso de razón. Crecí yendo a la cancha con mi viejo y mi padrino a verlo ganar. Eran los ’70, los ’80. Daba igual. Perder era una excepción y empatar, casi nunca. Entonces los equipos no se cambiaban de una temporada a otra. Podían irse uno o dos y se incorporaban uno o dos. Pero había jugadores que no se iban. Entre ellos, Ricardo Bochini, Enzo Trossero y Hugo Villaverde. Bochini llevaba la 10 pegada a la espalda, Trossero la 6 y Villaverde la 2. Se sumaban cracks como Claudio Marangoni, Alejandro Barberón, Ricardo Giusti o un pibe que venía de las inferiores, Jorge Burruchaga.

Trossero y Villaverde eran impasables y campeones. Trossero además hacía goles de tiro libre y tenía unos cojones bárbaros. Recuerdo la tarde en la que fuimos campeones del Metro ’84 en la que le pegó una piña de nocaut a un barra que saltó a la cancha para celebrar antes de tiempo. El rival era Racing y si nos suspendían podían quitarnos los puntos y quedarnos sin el título. Fue la primera vez que vi algo así en una cancha.

Villaverde era su compañero. Eran una suerte de Han Solo y Chewbacca. Mi papá decía que Villaverde era el mejor 2 que había visto. Yo lo recuerdo tirándose al piso y ganándole la pelota a cada rival que se acercaba al área. Era impasable. Nunca más vi a alguien que hiciera lo mismo, con esa calidad. Seguramente lo hubo, pero mis ojos de pibe no me permitieron o no quisieron verlo. Me asombraba que sólo salía por lesión. Y se lesionaba seguido. No sé si es cierto, pero mi viejo me contaba que en Santa Fe había tenido una infancia pobre y que no había comido como se debe. Eso le había provocado la descalcificación de los huesos, lo que lo llevaba a lesionarse seguido.

Otra cosa que me llamaba la atención era que no salía en los diarios ni en la tele. Y que tampoco lo escuchábamos en las transmisiones post partido. Una vez un periodista le cambió una declaración y decidió no hablar nunca más con la prensa. Cumplió a rajatabla.

Me gustaba su perfil bajo. Salía, jugaba, la rompía y se iba. No necesitaba las luces para ganarse un lugar. Así le fue, claro, en la Selección. Los técnicos de su generación no le dieron lugar. César Luis Menotti prefirió a Luis Galván y Carlos Bilardo parecía tener cierto rechazo por los de Independiente, que entonces le disputaban las finales a uno de los mejores Estudiantes de la historia. Daniel Passarella le ganó el puesto a Trossero, por ejemplo. El único que pudo consolidarse con Bilardo fue Jorge Burruchaga, a pesar de que tantos la rompían en ese Independiente inolvidable.

Después, el paso del tiempo. En el ’89 fuimos campeones. Sin los lujos de años anteriores pero de manera merecida. Otros tiempos, tal vez. Lo que recuerdo de esos años es que todavía podíamos seguir siendo, aunque la llama se apagaría. También me acuerdo de que Villaverde pasó a ser suplente de Pedro Monzón. Eso hablaba de algo, por más que Monzón se convirtiera en referente. Tal vez ahí, creo, se empezó a perder algo en lo que se conoce como “estilo Independiente”, que algunos llaman “paladar negro”. No hace falta agregar más.

Con Villaverde y Trossero aprendí que se podía ser crack sin necesidad de hacer goles. Se podía ser crack jugando con lo justo, sin nada ampuloso. Lo simple, sabemos, a veces es lo más complicado de hacer. Y agrego algo que no es menor: el Pato Pastoriza era el DT y Pedro Iso el presidente de un Independiente ejemplar.

Con el tiempo, cuando Independiente empezó a caer y la mejor historia quedaba cada vez más lejos, empecé a estudiar periodismo y pude darme el gusto de entrevistar una vez a Trossero y otra al Bocha para el suplemento deportivo de Crónica. Fui feliz cuando vi mi firma en esas notas que eran tapa de un diario que se vendía como pan caliente. Yo empezaba en la profesión y quería que mis amigos, y en especial mi viejo, vean que había entrevistado a mis ídolos. Siempre me quedó pendiente Villaverde. Nunca intenté charlar con él porque sabía de su negativa. Hoy me queda la duda de “¿y si lo hubiera intentado?”. Ya está.

Tal vez porque aquellas tardes de títulos y noches coperas marcaron mi infancia y adolescencia es que ahora recuerdo con más emoción aquellos viejos buenos tiempos. Es cierto que la infancia es la patria de cada uno. Para bien o para mal. Hace poco, en una conferencia de prensa, Gabriel Milito, justamente otro central que estuvo a la altura de esa dupla Villaverde-Trossero, dijo sin vueltas que esos tiempos dorados de un pasado mejor se terminaron: “Bochini no juega más, el Chivo Pavoni no juega más, Pepé Santoro no juega más, y eso hay que entenderlo como punto de partida. Volver a las bases es volver a las épocas de los Gallego”, dijo.

Ojalá la muerte de Hugo Villaverde -Magoo, como le decían porque era corto de vista- sirva de punto de partida para tomar conciencia de que no se puede vivir de la historia. Que Villaverde sea la bandera de la resurrección del Rojo.

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