Por Álvaro Arellano
El gobierno nacional se aferra al ancla salarial como variable innegociable para sostener la inflación por debajo del 2% y llegar a las elecciones de septiembre y octubre con datos para exhibir. Esta meta parece complicarse en las últimas semanas ya que la desaceleración de precios no está acompañando al mismo ritmo que la pérdida salarial de los sectores registrados y por otro lado el ancla cambiaria parece perder fuerza a partir de los movimientos que viene sufriendo el dólar oficial. las señales del mercado y los indicadores sociales muestran que esta herramienta empieza a perder fuerza, y crece la incertidumbre sobre la sostenibilidad del rumbo económico.
Si bien la administración libertaria insiste en su discurso con la importancia del equilibrio fiscal y monetario, en la práctica buena parte del trabajo para reducir la inflación se llevó a cabo a través de las dos anclas mencionadas (salarial y cambiaria). En este segundo semestre, atravesado por el cronograma electoral, el gobierno tendrá más dificultades para administrar estas variables y ese escenario puede generarle un dolor de cabeza para sostener uno de los resultados que le da mayor respaldo entre la población que lo apoya.
En los últimos meses, el índice de inflación efectivamente mostró una tendencia a la baja. El Ejecutivo celebra esa dinámica como un éxito de gestión y como aval para contener las demandas de aumentos salariales. Con aumentos promedio que no superan el 1,5% mensual (salvo excepciones como las que se dieron recientemente en el sector bancario), el gobierno justifica su postura con base en la desaceleración de los precios.
Pero los datos cuentan otra historia: según el investigador de la CTA, Luis Campos, que analiza datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (Sipa), los salarios del sector registrado privado vienen cayendo más rápido que la inflación desde enero. Campos compartió recientemente un gráfico donde se visualiza esa divergencia con claridad evidenciando una caída del 5,5% acumulada durante este año para ese sector.
El impacto de este deterioro del poder adquisitivo se refleja de manera contundente en el consumo: los informes mensuales de la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (Came) muestran caídas persistentes en el consumo masivo, con niveles preocupantes en sectores sensibles. A su vez, la creciente dificultad para llegar a fin de mes se hace evidente en los informes del Banco Central, que alertan sobre el aumento de la morosidad en los pagos con tarjeta de crédito y en préstamos personales.
Sin embargo, la economía también muestra una cara más dinámica: aumentan las escrituras inmobiliarias, los créditos hipotecarios y los patentamientos. En este contexto dual, el gobierno apuesta a reactivar parte del mercado con medidas como el lanzamiento de créditos para la compra de autos 0KM a través del Banco Nación.
Pero el interrogante central persiste: ¿cómo sigue este modelo? El escenario externo plantea nuevos desafíos. Ya no estarán los dólares del agro (que resultaron clave para la acumulación de reservas en el primer semestre del año a partir de una liquidación récord) y el gobierno está forzado a utilizar toda su artillería para evitar una presión cambiaria. En ese marco, acaba de lanzar nuevas licitaciones de deuda con tasas muy atractivas para tentar al mercado y sostener el tipo de cambio.
El plan oficial todavía se sostiene en tres pilares: la baja inflación, el tipo de cambio estable y el ajuste fiscal. Pero con el ancla cambiaria cada vez más tensionada y salarios cada vez más a la baja que ya parecen no tener la suficiente incidencia en la desaceleración inflacionaria, el margen político y social para continuar por este sendero podría acotarse rápidamente.